PROPUESTAS FRENTE A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

 

Aquí tenemos otra excelente Propuesta de revisión de las estrategias que hacen frente a la violencia de género atendiendo a las causas últimas de ésta.

Las medidas que hasta ahora se aplican para reducir o atenuar la problemática social conocida como violencia de género se basan, en buena parte al menos, en la discriminación positiva, asumiéndose en muchos casos –erróneamente en nuestra opinión- que dicha violencia es unidireccional, del hombre hacia la mujer. Un nuevo mito, que puede crear más problemas de los que en principio se presupone tratan de evitar los movimientos feministas. Extraño camino hacia la igualdad, que pasa por generar nuevas desigualdades.

Asimismo, y relacionado con lo anterior, se presta una sobredimensionada atención –también en nuestra opinión- a los logros conseguidos -a pesar de ser cuestionables muchos de ellos-, dejándose lagunas de gran importancia, como el estudio de las causas que mueven a alguien a agredir sexualmente, cuando no generándose nuevas problemáticas, como es el caso de los hombres maltratados (doblemente, por sus parejas, y por un sistema social, y legal, que les discrimina)  que los hay, aunque sea en menor número, cabiendo pensar que, en efecto, dicho número menor sea debido a las desigualdades inherentes propias del patriarcado –una especie de efecto bumerán- pero, también, que sean consecuencia del reciente “empoderamiento” del colectivo de las mujeres.

Así, nuevos mitos, logros cuestionables, lagunas de conocimiento y nuevas problemáticas sociales, invitan a revisar las estrategias propuestas para hacer frente a esta lacra social.

Justificación sociohistórica

Cabe sospechar que el movimiento feminista está siendo hábilmente instrumentalizado –cuando no originado- por los poderosos (las élites económicas), como ocurre con el ecologismo, el propio patriarcado, o ha ocurrido a lo largo de la Historia con las religiones; para mantener el statu quo. No es un secreto que el movimiento feminista, o por lo menos ciertos sectores, presenta un cierto aire de corte sectario, o ultraparadigmático que, aprovechándose de cierta debilidad humana por el pensamiento dicotómico, tacha de machista a quien no comulga con su visión dogmática de la realidad, con las consecuencias de rechazo social que ello supone para todo individuo crítico con el pensamiento dominante.

Pero, ¿qué sentido puede tener para los poderosos fomentar un movimiento, en esencia de liberación, como es el feminismo? Ciertamente a los sectores más reaccionarios de las élites económicas, más anclados en ideas propias del “Antiguo Régimen”, no les puede interesar en absoluto ningún tipo de movimiento igualitario. Para ellos es muy cómodo seguir disfrutando de mano de obra esclava, por la gracia de algún dios; ni más ni menos que la mitad de la población. Sin embargo, los sectores más “inteligentes” de las clases superiores, siempre con la iniciativa, bien pueden sacar provecho de una mal entendida liberación de la mujer.

Así, mientras el patriarcado ha convenido históricamente a los poderosos, para disponer de abundante mano de obra esclava, en los llamados “países desarrollados”, donde residen los capitalistas y se hace necesario “conceder” un cierto grado de bienestar a la población para garantizar la paz social, es el feminismo –entre otros “pseudo-movimientos sociales” como el ecologismo o la socialdemocracia- quien otorga poder a dichos capitalistas para permitirles seguir explotando al resto del planeta. Así, el movimiento feminista, en inicio digna y noble causa, supondría hoy una increíble oportunidad para aquellos “emprendedores” que saben sacarle partido:

I. En primer lugar, esto les permitiría incorporar gran cantidad de mano de obra asalariada a su sistema económico; es decir, más individuos a los que explotar. Esta “liberación” de la mujer supondría, asimismo, como ya supuso la “liberación” de los esclavos en el Siglo XIX, una forma de acceder indirectamente a las “propiedades muertas” de la antigua aristocracia -en concreto a sus tierras y esclavos-, para sacarles nuevo rendimiento; en beneficio de las nuevas élites burguesas, naturalmente. Es importante remarcar que no es la liberación de la mujer lo que se cuestiona, como muchos reaccionarios podrían interpretar con esto, sino que no es liberación el permitir a la mujer “disfrutar” de las mismas cadenas que aprisionan a los hombres.

II. En segundo lugar, y derivado de ello, esta “liberación” supone más individuos a los que alienar para que participen de la criminal e irresponsable sociedad consumista que se viene desarrollando desde el boom industrializador de finales del Siglo XVIII en Inglaterra. Cómo las mujeres reclamaron su derecho a fumar en los EEUU a lo largo de los años 20 -en plena lucha sufragista, por cierto- y las campañas publicitarias dirigidas en esos días por Bernays, al servicio de la industria del tabaco, no es más que uno de tantos ejemplos de cómo los oportunistas han aprovechado la necesidad de liberación de un colectivo desfavorecido.

III. No menos importante, y también relacionado, los “falsos feministas” logran dividir y reducir poder al movimiento obrero. Divide et impera, o divide y vencerás, es una frase atribuida tradicionalmente a Julio César, pero que se pueden aplicar todos los poderosos a lo largo de la Historia. ¿Y qué mejor forma de dividir al movimiento obrero que hacer ver, por lo menos a la mitad de él –las mujeres-, que el enemigo no es el patrono, sino el hombre con quien vive, el padre, el hijo, el vecino, etc.? Y, de acuerdo, en parte es cierto. Tanto mejor para los objetivos de los poderosos; a la vez que refuerzan la desigualdad, cuando no la inventan, la aprovechan en su beneficio.

IV. Por último, y cada vez más relevante, el movimiento feminista se ha convertido en un negocio en sí mismo. Se mueve cada vez más dinero –del contribuyente, por supuesto- para campañas propagandísticas, subvenciones estatales, pseudo-investigaciones académicas, etc., con unos resultados prácticos más que cuestionables, si exceptuamos, claro está, a los directamente beneficiados del “mercantilismo feminista”.

 Un antiguo prejuicio que ha sido eliminado, reza el titular de este cartel publicitario de la compañía Lucky Strike (izquierda). Oportunistas como Edward Bernays, sobrino de Freud, no dudaron en desvirtuar el legítimo movimiento feminista, en pos de objetivos puramente comerciales. SCUM (Society For cutting Up Men) Manifesto, portada del tratado de Valerie Solanas, feminista “misándrica”, que proponía el exterminio de todos los hombres (derecha). Dos ejemplos de cómo el movimiento feminista puede servir, para hacer negocio, en el primer caso, y para dividir a la acción colectiva, en el segundo.

Todo esto parece indicar que la llamada “liberación” de la mujer y, en concreto, las estrategias de afrontamiento de la violencia de género, están siguiendo un camino no del todo acertado, en el mejor de los casos, por no prestar atención a variables de índole socioeconómica de capital importancia –si no las más importantes-.

Y, en el peor de los casos, el que nos ocupa, en nuestra opinión, se está instrumentalizando una necesidad básica, e incuestionable, la de igualdad entre seres humanos, para beneficio privado de unos cuantos oportunistas. No en vano, destacadas personalidades del “movimiento feminista” como Doris Lessing y Warren Farrell empezaron, en la década de los 90 y años2000, adestacar los excesos del feminismo o, incluso, comenzaron a apartarse de él, dando fuerza a nuevos movimientos como la llamada “visión masculinista”.

Por otro lado, existe una facción del “movimiento feminista” que sí tiene, en nuestra opinión, pinta de defender honradamente los derechos de la mujer. Se trata del “feminismo marxista”, corriente ideológica surgida, con toda probabilidad, a raíz del ensayo de Fiedrich Engels titulado Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el estado, donde se defiende la abolición del capitalismo y la implantación del socialismo como forma de liberación de las mujeres, partiendo del hecho de que el sistema capitalista conlleva la opresión de las mujeres –entre otros colectivos-, la desigualdad económica, la moral burguesa y una educación deficiente. La desigualdad de género, por tanto, habría sido mantenida por servir a los intereses de las clases dominantes; tanto como hoy les sirve el “falso feminismo”. Pero, en una sociedad sin clases, como defendía Marx, ¿qué sentido tendría la desigualdad entre hombres y mujeres?

Justificación empírica

Para dar más fuerza a la idea que sugiere que variables de tipo social y económico andan detrás, en última instancia, de la violencia de género –por no decir de toda clase de violencia-, proponemos atender a la correlación existente entre desigualdad económica y desigualdad entre hombres y mujeres.

ÍNDICE DE GINI

Fuente: CIA – The World Factbook

 

DERECHOS DE LA MUJER

 

Fuente: Maplecroft, Human rights of women and girls at ‘extreme risk’ in nearly half the world – Maplecroft index,17-11-2011

En estas dos gráficas podemos observar claramente esa correspondencia entre desigualdad económica (Índice de Gini, CIA Report, The World Factbook 2008) y respeto a los derechos de la mujer (Maplecroft, 17-11-2011), con excepciones, naturalmente. En la primera imagen, vemos que las zonas donde la riqueza está más equitativamente distribuida, en verde claro y oscuro -Europa, Canadá y Australia, fundamentalmente- corresponden con zonas de mínimo riesgo para los derechos de la mujer, en amarillo y verde. De forma opuesta, las zonas más desiguales económicamente hablando, en rojo, naranja y violeta -América Latina, África y China- son, a su vez, donde mayor riesgo hay para las mujeres. Las grandes excepciones serían, por un lado, los EEUU, Argentina y Brasil, países muy desiguales económicamente, pero que en buena medida respetan los derechos de las mujeres, y por otro, Rusia y Oriente Medio/Próximo, que sin ser tan desiguales económicamente hablando –aunque bastante más que los países de Europa- sí presentan situaciones de riesgo elevado para los derechos de la mujer.

Claro que, en primer lugar, sabemos que correlación no implica causalidad y, aun en su caso, no sabemos qué causa qué. Sin embargo, sí sabemos de la existencia de ciertos estudios que hablan de relación causal entre desigualdad económica y fenómenos como la tasa de homicidios o los índices de salud mental (Wilkinson y Pickett, 2009), sugiriendo así que la correlación directa antes planteada, entre desigualdad económica y desigualdad entre hombres y mujeres, “podría” no ser una mera coincidencia.

Teniendo en cuenta que, según ciertos estudios (Echeburúa, 2001), casi el 50% de los maltratadores presenta problemas psicopatológicos, tales como trastornos de la personalidad, ansiedad, depresión, celos patológicos, fallos en el control de la ira, baja autoestima, etc. y que la desigualdad económica parece aumentar los casos de dichos problemas, atacar dicha desigualdad económica se nos antoja más sugerente que la actual estrategia de “tratamiento sintomático”.

Dichos estudios correlacionales invitan, también, al igual que el breve análisis sociohistórico antes propuesto, a prestar más atención a las desigualdades económicas en la explicación de la violencia de tipo sexual.

Justificación teórica

Por último, desde el campo de la Psicología Social, algunos modelos teóricos invitan asimismo a considerar esta posibilidad. De acuerdo a la Teoría de la frustración, propuesta por Dollar, Miller y cols. (1938), toda agresión puede ser atribuida, en última instancia, a una frustración previa. ¿Y qué puede generar más frustración que una sociedad donde unos pocos tienen más privilegios que la inmensa mayoría? Como, siguiendo la misma teoría, cuando no se puede dirigir la agresión hacia la persona o grupo que ha causado dicha frustración, y el individuo ya no puede “aguantar” más, se busca un sustituto, ¿quién tiene todas las papeletas para sufrir esa agresión desplazada? Obviamente, alguien más débil. Inmigrantes, minorías étnicas, ancianos, niños… gentes desamparadas, de estrato social más bajo, lo que incluye a las mujeres, por inercias históricas (el patriarcado).

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la frustración económica sea causa directa en una agresión de género, sino que es la desigualdad económica el marco general en el que la violencia cobra sentido, como expusimos en la justificación empírica. Ciertamente, en cada caso particular, la causa puede ser una, o muchas, directa o indirectamente relacionadas, en función de variables individuales y contexto social, actual y previo.

No obstante, si violencia en general, y enfermedades mentales, están, como parece, directamente relacionadas con desigualdades económicas ¿por qué no iban a estarlo también violencia de género, doméstica, familiar, o como se quiera llamar?

Algunos estudios, también con cierta base empírica, sugieren que la motivación última de los agresores, sexuales en este caso, tiene que ver en su mayoría con intenciones de humillar y degradar a sus víctimas (Redondo, S. 2002). Es decir, con una cierta “necesidad” de poder y control. O, también, con una percepción de “inferioridad”, o “carencia” de poder y control, o… ¿frustración previa? De acuerdo con esto, ¿qué puede generar mayor sensación de falta de poder y control, y frustración en general, así como proporcionar al mismo tiempo individuos o grupos sobre los que aliviar dicha frustración, que una sociedad desigual económicamente hablando? ¿Qué correlaciona en nuestra sociedad, y más directamente, con poder y control, que el dinero? Por poner un ejemplo, de la vida cotidiana, ¿cuántas mujeres maltratadas no habrían puesto fin a sus sufrimientos de haber sido independientes económicamente de sus maridos? ¿Cuántos agresores han sido a su vez víctimas de humillaciones y degradaciones previas, es decir, han sufrido violencia con antelación? ¿Acaso la tasa de violencia de género no es mayor en inmigrantes y otros colectivos desfavorecidos económicamente?

Claro que, también es posible que algunos agresores hayan, “simplemente”, establecido malas contingencias a lo largo de su vida,  gracias a la presencia de modelos incompetentes, o ausencia de modelos competentes, y no se trate la agresión de una frustración acumulada, sino de la “mala educación” recibida.

Incluso, cabe pensar en un determinismo de tipo biológico, por lo menos en algún caso. No obstante, sistema frustrante, sistema “mal educador”, sistema que no compensa culturalmente determinantes biológicos de tipo antisocial y sistema desigual económicamente hablando son todas diferentes caras, o síntomas, de un mismo sistema “monstruo”, donde prima el individualismo egoísta y no la organización justa y razonable de la sociedad.

¿Qué probabilidad hay de que una persona que reciba una educación de calidad, pública e igualitaria, centrada en el respeto, a los demás y a sí misma, que además haya crecido en un ambiente sano, sin frustraciones, con iguales derechos y oportunidades para todos, desarrolle una conducta antisocial?

Resumiendo, y asumiendo que conocer mejor al agresor, sus antecedentes inmediatos y últimos, es clave para garantizar la eficacia de una buena prevención, parece interesante –o mejor dicho, recomendable-, considerar las causas últimas de la violencia o, por lo menos, a una de sus causas últimas, cuando no la más importante; la desigualdad económica (es importante advertir que, ciertamente, hay maltratadores con mucho dinero y alto nivel educativo. Sin embargo, lo que aquí se plantea es que la desigualdad económica propicia la violencia –sexual y de toda clase-, y que, como corresponde a un sistema socialmente injusto, donde hay poderosos y no-poderosos, son estos últimos quienes sufren, en mayor medida, los excesos de dicho sistema).

Pero si, como viene siendo norma, centramos todos nuestros esfuerzos únicamente en lograr la igualdad entre hombres y mujeres estaremos, en el escenario más optimista posible, logrando únicamente una igualdad de género en la explotación del hombre por el hombre… y la mujer por la mujer.

Por el momento, ya se están generando nuevos colectivos de desfavorecidos, los hombres maltratados, heterosexuales y homosexuales, marginados por leyes discriminatorias hacia ellos, sobre los que se descarga la frustración que genera en sí el propio sistema, en general, y la que los hombres poderosos como grupo generan en las mujeres, en particular, reforzándose la idea de que ante unos recursos dados, en un momento determinado, si “empoderamos” a un colectivo desfavorecido, sin “arrebatar” privilegios al colectivo poderoso (el de verdad, la élite), estaremos por fuerza quitando recursos a otros colectivos aún más desfavorecidos. 

Y es que igualdad no es que las mujeres puedan disfrutar también de los privilegios de los hombres poderosos, sino evitar que haya poderosos.

Objetivos

Sugerir que las variables de índole puramente económica son más relevantes en lo que a violencia de género se refiere –así como a toda clase de violencia- de lo que, por malicia o incompetencia, se nos ha querido hacer ver; cuando no el origen último de toda problemática social.

Asimismo, recordar que si hace unos 10.000 años logró imponerse el fenómeno hoy conocido como patriarcado fue, entre otras posibles causas, debido a la “necesidad” de las clases dominantes de asegurarse la acumulación de bienes y que, si se resiste a desaparecer, tiene más que ver con instituciones como la herencia y la propiedad privada que con cualquier otra cosa. Si no se cuestiona esto, la base del problema, todo lo que hagamos serán operaciones de maquillaje más o menos vistosas, pero ineficaces.

Por último, proponer enfocar la problemática de la violencia de género como “otra” de tantas formas de violencia que derivan del orden social capitalista y, como tal, recomendar la prevención como estrategia clave para afrontar el problema; es decir, educar en igualdad, incluyendo entrenamiento en habilidades sociales, para que nadie oprima, ni consienta ser oprimido, ya que la violencia, sin duda, se aprende, y un problema sistémico requiere una solución sistémica.

Es por ello que, en nuestra opinión, el movimiento feminista, como cualquier otro movimiento de liberación, debería aunar esfuerzos, integrándose en un gran movimiento social que luchara por la igualdad entre todos los seres humanos, pero en sentido “vertical”, de poderosos vs. no poderosos, y jamás “horizontal”, de hombre vs. mujer, blanco vs. negro, etc. ya que, si bien circunstancialmente es cierto que el hombre en general ostenta más poder y control que la mujer, en ciertos ámbitos al menos, no lo es menos que dicha desigualdad no sería posible, de ninguna manera, en una sociedad justa, construida entre todos por consenso, libres de toda coacción, es decir, en igualdad.

Pierre Nandinsky

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