UTOPÍA EN FEMENINO

Fuente: Florence Monteynaud (Escritora)

“Estoy soñando…” Tantas mujeres han pronunciado las palabras mágicas de Martín Luther King, que abren las puertas hacia un mundo mejor.  Sus discursos, escritos u obra de ayer y hoy proponen un futuro de paz y justicia que requiere necesariamente la igualdad entre los sexos.

Cambiar el mundo significa cambiar las bases del sistema social, entre las cuales figura la dominación, cuyo primer modelo es la del hombre sobre la mujer. ¿Cómo imaginar una democracia totalmente mixta sin igualdad entre los sexos en lo relativo a cargos de poder, a sueldos, y también a tareas domésticas? Muchos hombres soñaron con el porvenir, desde los utopistas del Renacimiento a los recientes autores de ciencia ficción, pero muy pocos se dieron cuenta de que la igualdad era un verdadero reto para que avanzara toda la humanidad.

Por el contrario, el cambio que imaginan las mujeres –militantes conocidas como Flora Tristan (siglo XIX), Louise Michel (siglo XIX), la americana Emma Goldman (siglos XIX-XX) o la alemana Rosa Luxemburgo (principios del siglo XX), escritoras feministas de ciencia    ficción (las americanas Ursula Le Guin o Joanna Russ)- y también tantos grupos de mujeres, como las anarquistas españolas de los años 30 que defendían la educación sexual, pasa por una transformación de las relaciones entre los sexos. Todas ellas, desde las sansimonianas del siglo XIX a las participantes en la Marcha de las mujeres del 2000*, desde la americana Charlotte Perkins Gilman, autora de la importante utopía Herland (1915) a la sueca Inger Segerström, que declaró en 1999 que “la verdadera igualdad no puede existir más que con hombres cuya forma de pensar ha cambiado”, tienden una mano a los hombres, ya que, como declara Mary Robinson, Alta Comisaria de Naciones Unidas para Derechos Humanos, “ningún hombre puede ser realmente libre en una sociedad que limita los derechos de las mujeres”.

Soñemos, dicen ellas, y dejemos que nuestros sueños guíen nuestras acciones.  La respuesta a la queja de la niña de los países arabomusulmanes amenazada de muerte, a la que se prohibe quitarse el velo e ir al colegio, “¿para qué vivir si no puedo realizar mis sueños?”, está en la visión de un mundo de paz que proponen las mujeres vestidas de negro en Belgrado, las madres de soldados rusos que luchan contra la guerra de Chechenia o las mujeres corsas que firmaron el Manifiesto a favor de la vida contra el terrorismo en 1995.  la esperanza de la resistente birmana Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz- “esto cambiará ya que los      mi litares no tienen más que fusiles” – está presente también en la carta de una lectora que público el diario suizo Le Temps, en junio de 1999: “sueño con una Suiza que diera ejemplo a Europa acogiendo a los extranjeros en apuros”.  La noruega Gro Harlem Brundtland, directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), quiere cambiar “el curso de los acontecimientos”, así como la senegalesa Maïmouna Traoré, que lucha contra la exisión con la asociación de mujeres de Malicounda: “todas las mañanas, rezamos por una vida mejor y el resto del día actuamos”.

A principios del siglo XX, la escritora inglesa Virginia Wolf apelaba a la creatividad femenina para “buscar nuevas palabras y crear métodos nuevo”.  Se han aprendido bien esta lección Taslima Nasreen, rebelde escritora bangladeshí, cuyas “lagrimas se han convertido en palabras”; la india Arundhati Roy que se opone a la construcción de una inmensa presa, en nombre del principio de mayo del 68 “sed realistas, ¡pedid lo imposible!”; las madres de la Plaza de Mayo, cuyos hijos fueron raptados y asesinados bajo la dictadura militar argentina.  Desde 1977, piden que se haga justicia y se sepa la verdad sobre los 30.000 “desaparecidos”. En 1999, inauguraron una universidad popular “porque la utopía aún no ha encontrado su tie -rra y porque la revolución sigue siendo un sueño necesario”.

“Sueño con el día en que todos los niños nazcan porque han sido deseados, en que hombres y mujeres sean iguales, en que la sexualidad sea la expresión de un sentimiento verdadero, de ternura y placer”, decía Elise Ottesen-Jensen, que en 1933 fundó la Planificación Familiar sueca. También otras se atreven a soñar, por ejemplo con este cartel de un centro australiano de acogida de las víctimas de violación: “Imaginad un mundo sin violencia sexual.  HACED UN ESFUERZO.  La violencia sexual existe, y no debería ser así”.

Pensar el porvenir de otro modo

¿Quién podía imaginar, en 1700, que se erradicaría la viruela; en 1800, que la instrucción sería gratuita y obligatoria en Francia; en 1900, que las mujeres podrían controlar su fecundidad? Por aquel entonces, algunas mujeres audaces soñaban con una baja por maternidad remunerada: esto se ha hecho realidad en casi todos los países ricos, excepto en Estados Unidos y en Suiza, a pesar de que los argumentos económicos tiendan a cuestionar su existencia. En el 2000, otras se atreven a imaginar un mundo sin prostitución, en el que la sexualidad humana se desvincule del dinero y el poder.

No se trata de crear a un nuevo hombre –proyecto de los totalitarismos- ni a una nueva mujer –quimera mesiánica- sino de que juntos construyamos un mundo nuevo, sobre otras bases. Como decía Michéle Barzach, ministra delegada para la Salud (1986-88), “el día en que los hombres vuelvan del trabajo el miércoles ¨{día de descanso semanal para los niños franceses] con complejo de culpabilidad, será que hemos logrado la igualdad entre los sexos”.

Occidente aprendió a rechazar la esclavitud, los castigos corporales, el apartheid.  Cada vez más se alzan más voces en contra de las agresiones pedosexuales, la violencia automovilística, las injurias racistas, las imágenes degradantes impuestas por la pornografía y por algunos anuncios. ¿Por qué seguir tolerando el sexismo? Waris Dirie, modelo somalí que lucha contra el excisión, espera que “llegue un día   en que se comprenda que la fidelidad de las mujeres no se consigue con rituales bárbaros, si no con confianza y amor”.

Renovar el humanismo fundamentándolo en la tolerancia, la igualdad y el respeto del prójimo.  En Tampere (Finlandia), Lisa Joronen, fundadora de la empresa Sol, ha llevado a cabo el sueño de Alexandra Kollontaï, la política bolchevique que, en los años 20, quería colectivizar las tareas domésticas: entre los 2.700 empleados no hay ni secretarias ni limpiadoras, las tareas se reparten entre todos.

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