ESCÁNDALO MEDIÁTICO

Fuente: Pedro Honrubia
Si nuestras vidas no valen nada, si valen incluso menos que un contenedor, si es más condenable que arda una cafetería, que el que una persona esté a punto de perder la vida porque a un psicópata uniformado se le ocurre que tiene derecho a agredirle salvajemente, esta sociedad está enferma terminal.

Por primera vez desde hacía mucho tiempo, tal vez desde las masivas manifestaciones contra la guerra de Iraq, el movimiento popular en pleno, desde su vertiente más socialdemócrata, a su vertiente más revolucionaria, salió conjuntamente -aunque no siempre revuelto- a la calle, para movilizarse contra el gobierno y en defensa de los derechos de la clase trabajadora. Además, tal movilización se llevó a cabo, con mayor o menor capacidad de convocatoria, a lo largo y ancho de todo el estado, confluyendo solidariamente las clases trabajadoras de todas y cada una de las naciones que lo componen. Este hecho, por sí mismo, ya merece ser considerado como un éxito.

Si a eso le sumamos que el apoyo a la huelga fue masivo (como bien demuestran los datos técnicos, no sesgados ni manipulados, del consumo eléctrico, pese a las #farolasencendidas a plena luz del día en diversas ciudades gobernadas por el PP), que la gran industria, los puertos, los grandes centros de distribución y demás elementos centrales en el funcionamiento cotidiano de la actividad productiva del estado quedaron plenamente paralizados, más allá de que el seguimiento a la misma entre autónomos y funcionarios fuera, como era de esperar, desigual, no hay duda que la de este jueves ha sido una de las huelgas generales con mayor éxito de las que se tienen recuerdo.

Paró todo lo que era esperable que podía parar, y trabajó -con honrosas excepciones- todo aquello que era esperable que trabajara: autónomos que ven la jornada de huelga como un día menos de negocio y una amenaza contra sus intereses personales (en el fondo la reforma les tiene que encantar); funcionarios que piensan que su condición laboral es intocable y que esto de las reformas laborales no va con ellos, pues el haberse sacado una plaza por oposición los brinda, de una vez y para siempre, de cualquier peligro real en su puesto de trabajo (no han entendido nada, y no se dan cuenta de que, con el neoliberalismo, su puesto de trabajo está en riesgo constante, pues es precisamente acabar con el aparato laboral del estado el objetivo central de las estrategias económicas neoliberales), asalariados, sobre todo en pequeñas y medianas empresas, que estaban amenazados, directa o indirectamente, con el despido si hacían huelga (y cuyo miedo es mayor que su consciencia de clase), y, claro, los votantes fanáticos del PP que no harían huelga ni aunque el propio Rajoy en persona fuese a quitarles el pan directamente de la boca de sus hijos.

La jornada, además, fue intensa. Los piquetes informativos no detuvieron su labor en ningún momento, y hasta las mismas 23:59 del día 29 hubo gente movilizada y activa por todo el estado, ejerciendo su democrático derecho a protestar e informar en una jornada de Huelga General. Para la foto histórica quedarán las inmensas manifestaciones que a lo largo de todo el día se fueron sucediendo por cientos de ciudades, unas manifestaciones que han dejado pequeñas a las que tuvieron lugar durante el año pasado al amparo del movimiento 15M, tanto en Mayo, como en Junio o en Octubre. En algunas ciudades las manifestaciones fueron múltiples, y todas ellas gozaron de una enorme afluencia de público, si bien hemos de reconocer que han sido las marchas organizadas por los sindicatos mayoritarios las que más gente consiguieron sumar a su paso.

Eso sí, lamentablemente, la jornada de lucha ha dejado algunas consecuencias para los trabajadores y trabajadoras, estudiantes y desempleados/as, que salieron a las calles. En total hubo 194 detenciones -tres de ellos han pasado ya a prisión preventiva- y 104 personas resultaron heridas, varias de ellas de gravedad, aunque, por fortuna, no hubo que lamentar ninguna muerte, y no habrá sido porque las actuaciones represivas no hayan entrañado peligro real de muerte.

Una de estas personas, Xuban Nafarrate, de 19 años, fue herido de gravedad tras recibir un fuerte golpe en la cabeza durante el transcurso de una carga policial en Vitoria. Según testigos presenciales, el citado golpe, que generó un derrame cerebral, fue provocado por el impacto de una pelota de goma lanzada a cuatro metros de distancia. Además, una persona en Barcelona ha perdido un ojo como consecuencia de otro disparo de una pelota de goma (las imágenes que están circulando por internet sobre el suceso son, sencillamente, horripilantes) y otra persona más, también en Barcelona, tuvo que ser operada de urgencia porque un policía le reventó el bazo de una patada, con el consecuente peligro mortal que tal herida supone. En Murcia, una persona fue arrollada por una carga policial y le han roto la cadera. En Torrelavega, otra persona fue atacada con un cuchillo por un empresario enloquecido, y el resto presentó heridas de diversas características que van desde las más leves torceduras de tobillo, a politraumatismos de toda índole, pasando por las ya -lamentablemente- clásicas cabezas abiertas y ensangrentadas por las pelotas de goma o las porras de la policía. La violencia policial se desató con furor, amparados en las impunidad que les brindan las leyes y los jueces, y, seguramente, alentados por los diversos gobiernos (central y autonómicos) de los que reciben las órdenes directas de actuación.

No obstante, el escándalo mediático no ha venido por esta razón. Han sido los sucesos en Barcelona, con algunos locales y unas decenas de contenedores ardiendo, los que han desatado el escándalo y la indignación de los medios, así como de cierto sector de la ciudadanía, incluidos muchos y muchas de los que salieron a las calles en apoyo a la huelga, que tratan por todos los medios de desmarcarse de “los violentos”. Esto es, más de cien heridos, algunos de ellos que han estado a punto de perder la vida, no son motivo de escándalo, pero unos pocos contenedores ardiendo, unos escaparates rotos o unas piedras arrojadas a los furgones (blindados) de los antidisturbios, sí. Hemos llegado a un punto que en se ve con toda normalidad el hecho de que las cosas, sobre todo las vinculadas con la propiedad, tienen más valor que las personas, y no pasa nada. Y eso es apoyado incluso por ciertos sectores de quienes están entre los que reciben los porrazos y los pelotazos de la policía. Es más escandaloso un contenedor o un establecimiento ardiendo, que un derrame cerebral, la pérdida de un ojo o un bazo reventado de una patada. 100% mentalidad capitalista, donde el valor de la propiedad está por encima de todo, incluso por encima del propio valor de la vida humana. Es por ahí por donde empieza la esclavitud: que tomen buena nota todos esos que han salido raudos a desmarcarse y condenar a los “violentos”.

Con todo, somos muchos los que seguimos pensando que la violencia principal es la que ejercen las instituciones políticas y económicas contra la ciudadanía, que va mucho más allá de aquella violencia física que sale de las pistolas, las escopetas o las porras de sus esbirros policiales. Violencia son los cinco millones de personas que no pueden acceder a un puesto de trabajo porque les es negado por la estructura económica capitalista, que necesita de grandes bolsas de desempleados para imponer el poder de clase de la burguesía frente a los derechos sociales y laborales de los trabajadores. Violencia son los más de 58.000 desahucios que se sucedieron en el estado español solo durante el año 2011. Violencia es que haya ya más de un 20% de la sociedad que se encuentre en situación de pobreza y en condiciones de exclusión social, mientras unos pocos se siguen forrando cada día y ganando millones de euros al final de cada año. Violencia es que se desarticulen los servicios sociales y se deje a la gente más necesitada sin más apoyo que el que le puedan proporcionar sus familiares o ciertas instituciones dedicadas a la caridad. Violencia es que haya más de un millón de familias que no recibe ningún tipo de ingreso para poder subsistir. Eso es violencia, y además es una violencia generalizada, pues es ejercida cotidiana y sistemáticamente por una minoría contra la inmensa mayoría de la sociedad, que se ve afectada directamente por ella.

Si nuestras vidas no valen nada, si valen incluso menos que un escaparate o un contenedor, si es más condenable que arda una “cafetería” en el centro de Barcelona, que el que una persona esté a punto de perder la vida porque a un psicópata uniformado se le ocurre que tiene derecho a darle un pelotazo en la cabeza a cuatro metros de distancia, o a hacerle añicos el bazo de una patada, no es que esta sociedad esté en crisis, es que es una sociedad enferma terminal. Pero quien haya dispuesto, desde un sillón de mando político o desde un consejo de redacción de un medio de comunicación, que así sea, que tenga mucho cuidado con el camino que está abriendo, porque cuando la vida de un ser humano deja de tener valor, y, además, lo único que le queda a ese ser humano que defender es el valor de su vida, es, precisamente, cuando tal ser humano está dispuesto a todo con tal de recuperarlo. A todo.

Vale que para la burguesía valgamos menos que un contenedor, pero que luego no esperen que nosotros a ellos, y a sus propiedades, les demos más valor que a la mierda. Ambas cosas son correlativas. El día que todo explote, si es que explota, a ver quién para luego a esos hombres hartos de tener que aguantar cada día, durante años, y cada vez con más intensidad, el olor a mierda.

¿Ya olvidaron las guillotinas que ellos mismos inventaron?

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