El espíritu navideño que ha perdido su esencia solidaria

En estas fechas de Navidad el desenfreno consumista lo invade todo, y en una espiral de frenética correlación nos instalamos en el hábito enfermizo del regalo haciendo que lo superfluo tome carácter de indispensable, llegando al extremo que ese ritmo patológico ha provocado una dinámica donde no existe el límite de lo suficiente. La austeridad de otros tiempos se ha extinguido tras un singular espíritu navideño que ha perdido su esencia solidaria entre los envoltorios de esta obscena incontinencia.
Si aquel niño nacido en Belén viniera al mundo en nuestros días, es más que seguro que en razón a los tiempos y a los contratiempos que estamos a vivir, la sagrada familia al completo, por desahucio, sería desalojada sin contemplaciones de tan afamado portal, a los reyes les tendrían el camino conminándoles retorno a oriente y hasta el buey y la mula que formaban parte de la escena de aquel celebérrimo pesebre serían decomisados y puestos a subasta del mejor postor. Pues hoy día, si la humildad dejó de está de moda, el espíritu de solidaridad mucho más, y así, quien para su desgracia padece el infortunio social, para mayor sarcasmo, tiene por premio de consolación el amargo aguinaldo del desarraigo y la marginación.

 

Sin tratar de acentuar pesadumbre en este perturbado ambiente navideño, siendo consecuentes debiéramos enfrentarnos con la realidad, evitando esconder su cara oculta tras el jolgorio de una armonía figurada. Adversidad dominante, que con el propósito de no inquietar a nuestra conciencia, difuminamos interesadamente tras guirnaldas y villancicos, mientras que a la par en un ejercicio de egoísmo, cerramos los ojos, evitando en este tiempo sensitivo darle una oportunidad a la reflexión sobre nuestro entorno socio económico

Hemos convertido la navidad en un carnaval en el que disfrazamos nuestras miserias colectivas tras una máscara de amabilidad fingida, participando gustosamente en una comparsa de hipocresía y simulación cuya lasciva finalidad no es otra que ocultar la verdadera realidad, caracterizada por una soberbia desmedida y una codicia insultante.

Pero la debilitada solidez de nuestra impostura hace que las contradicciones derrumben la estructura de la simulación, y buena muestra de ello como exponente escalofriante , lo representa, ver las calles de Madrid cubiertas de un cielo intermedio de iluminación y ornamentación navideña y mientras ese derroche se prodiga, la institución municipal de la villa y corte, degenera sus mínimos de sensatez, aplicando una “ordenanza fiscal” que multa con 750 euros a los miembros del cada vez mas numeroso colectivo de necesitados que mitigan la inanición pillando alimentos en caducidad de los cubos de la basura que hay en la puerta de los supermercados.

Aunque atrocidad semejante aparentase formar parte de un escenario surrealista, la cruda realidad demuestra su veracidad, que pone al descubierto un intento sórdido de ocultar las estrecheces a base de sancionar a quienes como consecuencia de la negligencia política y de la voracidad de los mercados se encuentran sumidos en el mas ruin de los desamparos.

Esa es la otra realidad, la estampa que no queremos ver, ese ambiente ingrato que ocultamos con conocimiento de causa tras una prefabricada magia navideña, que utilizamos como parapeto para camuflar intencionadamente los extravíos de nuestra propia inconsciencia, cuya sugestionada miopía se niega a percibir el lado amargo que supone tomar razón del exagerado crecimiento de esa ingente masa de excluidos sociales , de familias desposeídas de lo mas elemental, sin hogar estable ni disponibilidad de medios de subsistencia, con el agravante de fundar sus expectativas laborales en el horizonte de un futuro incierto.

Con todo, dentro de esta atmósfera navideña contaminada de escarnio; al margen de la impureza moral ya referida , dentro de su inocencia, quienes viven el lado mas amargo de este celebración, son los niños y las niñas, esos locos bajitos que esperan ilusionados un reconocimiento a su buen comportamiento, y quienes en buena lógica por su edad, nunca entenderán porque se equivocaron los reyes y sus juguetes codiciados fueron parar a casa de sus vecinos mientras ellos hubieron de conformarse con los no deseados. Pero si bien por entendimiento no son capaces de establecer las causas, si tiene la virtud de relacionar los hechos con sus sentidos y emociones, y ese factor de sensibilidad, será determinantes para convertir aquella aspiración no satisfecha en una señal que desde su infancia influirá como factor influyente en la conformación de su personalidad.

 

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