“AHORA ENTIENDO LO DE NI-NI”: Ni democracia, ni mediocracia

Después de tanta información, tanta actualidad y tantos pormenores, uno al final, acaba preguntándose de qué estamos hablando cuando nos cuestionamos o criticamos todas estas noticias y situaciones.

Siempre he creído que en general, la mayoría lo valorábamos desde una posición de justicia e igualdad, pero en algunos casos ya no lo tengo tan claro. La pregunta es ¿nos apreciamos/vemos como iguales, o de tanto condicionarnos hemos asumido que el sistema de clases es algo natural? ¿Sabemos que vivimos en ese sistema?

No sé si se debe a una auténtica reflexión vía ciencia infusa, y tan profunda, que nos hace sabedores de las consecuencias a las que deberíamos hacer frente si reclamásemos nuestros derechos, o es claudicación, sometimiento, o simple y llanamente desconocimiento. Pero no es normal que aceptemos la patente  injusticia con la que convivimos.

En el Estado español no hay democracia, por no haber no hay ni mediocracia, aunque aún queda una gran parte de la población que sí lo cree. Esa parte no parece ser consciente de hasta qué punto está manipulada por una estructura que domina todo su entorno –como ya manejó el de sus antepasados próximos–, y quizá por ello ha aceptado situaciones manifiestamente irregulares sin cuestionarlas siempre que afectasen a un ente como el Estado, que han hecho parecer tan lejano; cuando esos mismos hechos en su ámbito próximo serían inadmisibles. Hay quien ha llegado a aceptar que la realidad en la macroscópica institucional, es diferente de la realidad cercana.

 

Por esta portada, aún están de juicios

Tenemos muchísimos ejemplos, pero uno de los más evidentes en el Estado español, es la inmunidad del rey. Vivimos en una democracia en la que hay un individuo que opera al margen de las reglas comunes, protegido de la Ley y por Ley. No se le puede juzgar y no se le puede investigar, tampoco se le puede afrentar y no solo a él, sino que si osamos caricaturizar a una periodista y al hijo del monarca en actitudes poco pudorosas, nos censuran la publicación y la retiran de todos los quioscos. Y aquí es donde habría que preguntarse ¿en virtud de qué? Porque a mí no me han consultado si yo quiero que este señor tenga esos privilegios, y que además sea el jefe del ejército (este pequeño detalle cada día se menciona menos), ni que su vástago herede todos esos honores. No me lo han preguntado a mí, ni a ningún menor de 51 años (algo así como el 70% de la población). Y habría que ver qué hubiera pasado si en lugar de consultar justo después de 40 años de dictadura, le hubieran preguntado a aquella misma gente, pero ahora.

Tampoco tiene sentido que hayamos aceptado que se denomine democracia a un modelo representativo, en el que solo se nos permite votar una vez cada cierto tiempo. Un modelo en el que los espacios de emisión y difusión de programas políticos en los medios de comunicación, toma como referencia el número de votantes de anteriores campañas para determinar la cuota de pantalla que les corresponderá a cada uno, en lugar de que como sugeriría el sentido común, fuera igual para todos. Un modelo en el que los informativos y programas de debate de radio y televisión, durante los últimos 25 años ininterrumpidamente, han centrado su atención en dos partidos nacionales y dos autonómicos. Un modelo en el que se simularon herramientas de participación sin ninguna utilidad. Un modelo en el que se indulta a banqueros y grandes empresarios, o en el que prescriben solo los delitos de los más pudientes. un modelo que…

Estos ejemplos están muy claros para el que quiera verlos (y aún así lo admitimos), pero hay otros que son mucho más difusos. Uno de ellos es bandera del credo capitalista: la legitimidad de la acumulación de patrimonio.

“Si lo tienen es porque lo merecen”, “el que trabaja mucho debe tener mucho”, “tiene un gran talento”, “le viene de familia”

Con estas inteligentes máximas categóricas y algunas otras no menos brillantes, se acepta un absurdo de tal magnitud, que no creo que por muchos argumentos que utilice consiga despojar de ese dogma a quienes le profesan su fe. Pero voy a intentarlo.

Lo merecen… pues no.

La mayoría de aquellos que forman el club de los más ricos, han heredado fortunas basadas en el expolio, la conquista, el contrabando, la usura, la estafa y la guerra (esto es demostrable). Los nuevos multimillonarios (una minoría) lo son en base a negocios que tienen mucho que ver con la explotación de recursos o trabajadores de países del tercer mundo o en vías de desarrollo, cuando no de la corrupción institucional. Y una pequeña proporción de esta minoría se lo debe a las nuevas tecnologías y/o su genialidad financiera o empresarial (pero son fortunas que jamás hubieran sido posibles dentro de un modelo regulado y basado en el bien común).

En definitiva, vivimos en el mundo que los más ambiciosos crearon a su conveniencia, y son ellos los que actualmente dominan la educación, la economía, los mercado de materias primas, de productos básicos, sanidad y servicios, y lo más importante; la difusión de desin-formación. Hemos pasado de la antigua imposición, a un modelo de falsa libertad mucho más productivo (hay estudios que demuestran que es mucho más activo el que cree ser libre que el esclavo con conciencia de serlo).

Pero todo esto da igual, aquí se trata de creer o no en la equidad y la justicia.

Artículo 1 de la Declaración universal de derechos humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”

… y cada día de más gente

Si todos nacemos con los mismos derechos como dicen tanto la mayoría de constituciones como la DUDH, no es posible encontrarse al abrir los ojos por primera vez con un modelo que protege la acumulación vitalicia y transmisible –en un mundo de recursos limitados, para que uno tenga mucho, muchos deben tener poco–. Pero somos incapaces de plantearnos que en buena lógica, a alguien que nace le pertenece el acceso (que no la destrucción) a 1/7.000.000.000 parte de toda la riqueza del planeta, y lo que se encuentra es un mundo parcelado y escriturado en el que no tiene ningún derecho que no le sea otorgado por sus propietarios (aproximadamente más de un 90% directo o indirecto en manos de un 0,2%).

Aún así hay quien sigue defendiendo esos derechos heredados porque no ha conocido otra cosa, no se lo ha planteado, cree erróneamente que le benefician, o ha decidido que frente a una presunta incapacidad para cambiar el sistema lo más sensato es aceptarlo como es. Habrá que ver qué ocurre en próximas fechas en las que las condiciones hasta ahora asumibles quizá dejen de serlo.

Debemos empezar a estimarnos un poco a nosotros mismos, y a creer que si queremos sí somos capaces de cambiar este mundo, que sin lugar a dudas podría ser un lugar infinitamente mejor apostando por el bien común y no permitiendo la acumulación egoísta (por ejemplo, por vía impositiva progresiva hasta el 100% de renta y patrimonio).

Se trata de recuperar el verdadero significado de libertad y sus límites, aplicárnoslos y exigirlos de los demás. Simplemente con esto acabaríamos con los privilegios de clase, con las grandes fortunas y posesiones que obstruyen el desarrollo ajeno, con la explotación de cualquier tipo, la destrucción del medio ambiente, y en definitiva, con un modelo de sociedad que aunque hayamos asumido, es totalmente antinatural, y estamos manteniendo por aceptar una ficticia jerarquía y no cuestionarnos una falsa inexorabilidad inextricable.

Está claro que esta sociedad –y su cultura de la diferencia– no cambiará de un día para otro, pero debemos seguir cultivando nuestra inquietud por la información y reforzando nuestra intransigencia con la injusticia y la prepotencia, al tiempo que aprendemos a compartir y a no tenernos miedo los unos a los otros.

P.B.

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