OTRO MUNDO ES POSIBLE

La avalancha de desempleo y cierre de empresas que está siguiendo a la crisis financiera nos está haciendo ver con más claridad algunas cuestiones que, en los tiempos del llamado “bienestar”, muchos preferían dejar de lado. En esos años de “vacas gordas” para muchos, en que la gran mayoría de empresas han ganado dinero a espuertas.

 

Durante esa época, los trabajadores se olvidaron de frenar la sangría de derechos que hemos ido sufriendo, año tras año, reforma tras reforma. Toleramos trabajar sin contrato por sueldos de miseria, jornadas cada vez más largas y pendientes siempre de cuando nos despedirían para contratar a alguien que les resultara más barato. Con tal de que quedara suficiente para pagar las hipotecas y las deudas, hemos aprendido a soportar las peores condiciones de trabajo desde hace décadas. Se cambiaba de empresa en cuanto había posibilidad, pensando que siempre iba a ser así. Pero ahora no hay donde cambiar, los trabajos siguen siendo igual de malos y si no hacemos nada, seguirán empeorando. Como todo se arreglaba con dinero, ahora que no lo hay, nada funciona.

 

Ahora ya nadie puede ignorar que el sistema económico que padecemos está basado en la corrupción y la depredación de recursos naturales y personas. Y que aparte de inmoral, esta expolio es además insostenible.

El sistema político por su parte, cómplice y víctima al mismo tiempo de la rapacidad financiera, agoniza entre su dependencia de los resultados electorales y sus pesadas -y caras- maquinarias burocráticas. Cada día que pasa, los partidos se demuestran más incapaces de pilotar algún cambio de rumbo, sea cual sea su tendencia. En particular los de izquierda, antes satisfechos con lo que llamaron “capitalismo humano” y “crecimiento sostenible”, tendrán que buscar ahora otro sol que caliente su discurso hipócrita y vacío.

 

Los sindicatos que controlan el sistema de elecciones sindicales, hace mucho que se enfangaron hasta las cejas en el discurso neoliberal. Traicionaban así al movimiento obrero, pero conseguían asegurar la hegemonía formal sobre los trabajadores y su nutrición económica constante a través de su participación institucional.

 

Todo esto parece proclamar el principio del fin del capitalismo como ideología exclusiva de la sociedad. Tanto los que disfrutan todavía del supuesto bienestar como los que apenas pueden vivir de su trabajo, los que ni siquiera lo tienen, o los que están siendo echados de sus casas, están viendo ahora las cosas de otra forma.

 

Porque ni los economistas ni los profesionales de la política sirven ahora; es el pueblo el que tiene que constituirse en movimiento social, construir alternativas, exigir derechos y reivindicar la igualdad y la libertad que deben servir de comienzo a esta transformación.

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