DEMOCRACIA PARTICIPATIVA NO REPRESENTATIVA

Publicado: Raúl López

  LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA es la única  que puede permitir a las gentes honradas de los pueblos controlar las cuentas públicas, poner freno a los cleptómanos y corruptos  y permitir que la ciudadanía  tenga acceso a las decisiones que le conciernen.

 

De todos es conocido que apenas un diez por ciento de la población de todo el Planeta tiene cubiertas sus necesidades de bienestar.  Eso quiere decir que solo setecientos millones sobre  cerca de  siete mil millones tienen un nivel de vida digno,  lo que ya es una salvaje  injusticia global cuando se le compara con el resto de sus semejantes hambrientos, enfermos y víctimas de toda clase de atropellos por parte de los que toman las decisiones en este mundo tan desigual. Un mundo, por cierto, donde no existe democracia, sino tiranía de los ricos con camuflaje democrático o sin él.

Si  tuviéramos que evaluar cuántos  de estos privilegiados que toman las decisiones  se encuentran en las alturas de la pirámide del bienestar, la cifra aún se podría reducir a un dato aterrador, pues según parece no llega ni a quinientas las familias económicas que  dirigen el mundo como les viene en gana, directamente o a través de sus capataces en los sillones de poder y puestos de responsabilidad. La distancia económica  que separa a esas “familias” del resto de mortales- incluidos los setecientos millones de gentes que viven bien-  es inimaginable. Hay magnates, por ejemplo,  que se hacen traer  cada día hielo del polo para su vaso de Whisky utilizando su avión particular. Por no hablar de tantas y tantas supe fiestas, orgías, cacerías y caprichos miles que les reúne aquí y allá y de los que poco trasciende a la opinión, pues al fin y al cabo la llamada “opinión pública” es la que ellos quieren que tengamos y con la que nos bombardean a diario con sus medios de programación mental (radio y tv, diarios, cátedras y púlpitos) hasta que pensamos lo que ellos quieren. Esta programación de las mentes es algo cuidadosamente calculado para que todo el que cae bajo su  influencia por débil de carácter, o falto de conciencia o cultura acepte las reglas del juego del sistema y se convierta en dócil, pasivo, resignado y creyendo que esa es la postura políticamente correcta, la postura de la buena gente. Y esta es, desde luego, la postura de las mayorías. Conseguido el éxito, ya pueden convocar elecciones si quieren, sin ningún peligro. Conseguido el éxito, pueden llamar democracia a la organización política de los cleptómanos de alto nivel que consiguen hábilmente colocar a dedo a sus capataces y dejar que el pueblo domesticado, sumiso, pasivo y crédulo acuda a las urnas creyendo que su voto va cambiar el curso de su vida. Y por más veces que compruebe que al día siguiente de las elecciones nadie cumple lo que prometió, y que sus supuestos representantes no representan más  que sus propios intereses de partido, una y otra vez el pueblo engañado  acude a las urnas cuando se le convoca. De modo que la cleptocracia es quien tiene el poder en las  llamadas democracias, que los ladrones no son gente honrada, sino un poca gente perversa que tiene poder por haber robado más que otros y no quiere compartir ni su poder ni su dinero.

Como afirma sabiamente  el dicho popular, “trabajando, nadie se hace rico”. Menos aún,  riquísimo y con mando en plaza. De modo que a partir de tener lo suficiente para un vivir desahogado, si se sigue deseando más y más de un modo compulsivo y nunca se tiene bastante nos hallamos ante un candidato a rico y  ladrón. Si se trata de gentes que roban en supermercados, el asunto no trasciende económica ni socialmente, pues los tenderos tienen previsto un cierto nivel de pequeños robos que luego te incluyen en el precio de lo que te venden, y en paz. También puede acudir al especialista el que roba compulsivamente y reconoce su problema psicológico. Y  en paz de nuevo.  Hasta ahí, todo bajo control. Pero ¿qué pasa cuando un enfermo  que niega su condición de tal ocupa cargos públicos?

DE LA CLEPTOCRACIA  A LA DEMOCRACIA REAL

Cuando un cleptómano tiene un cargo público, vive del dinero público (o sea del nuestro) y es responsable de su correcta administración. Ah, eso ya es más grave, más duradero y de más difícil control. Para empezar, los cargos públicos tienen poder, no como el parado de la panadería. Y eso les convierte en un peligro público. Primero por lo que nos roban, y segundo porque disponen de mil y un asesores en todas las materias;  de padrinos, compadres y  de conexiones internacionales según su grado de poder. Cuesta mucho descubrir sus enredos, más aún llevarlos antes los tribunales, y todavía más tener éxito en el cometido de dar a luz la  verdad. Y cuando en el mejor de los casos, se demuestra la culpabilidad del cleptómano en el poder, nunca aparece el dinero robado en la cuantía que se esfumó. Eso por descontado.

¿Cómo es posible que una democracia como en el caso de la española – por llamar democracia a este engendro – esté administrada en tantos sectores   por sujetos capaces de robar tan descaradamente  al pueblo? Basta seguir la prensa – que cuenta lo que quiere y oculta lo que DEBE para darnos cuenta de lo que ha ido pasando desde  los últimos años hasta hoy. Es tanto lo que se roba al pueblo que algo tiene que salir a la luz.

Una seudodemocracia  como en el caso de España, donde hay tanto ladrón de guante blanco en comunidades, organismos públicos, bancos, instituciones culturales y semejantes,  deviene en  una democracia pervertida   que no puede tener más que el nombre que le corresponde: CLEPTOCRACIA; algo bien diferente al de democracia con el adjetivo  sustancial de “participativa”, que es la única  que puede permitir a las gentes honradas de los pueblos controlar las cuentas públicas, poner freno a los cleptómanos y permitir que la ciudadanía  tenga acceso a las decisiones que le conciernen, y entre ellas, por supuesto, a determinar qué se hace con el dinero público, dónde  hay que buscar el que se nos  escamotea y cómo conseguir que se devuelva lo que nos roban a diario.

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