ERROR EN EL SISTEMA

La democracia representativa es aquella en la que el pueblo – titular del poder político – elige a sus representantes para su integración en las distintas instituciones que ejercen funciones de mando (Congreso de los Diputados, Senado, Parlamentos Autonómicos, Ayuntamientos…).
Esta forma es la que ha venido implantándose en la mayoría de los países del mundo a partir del siglo XVIII y podemos decir que no ha sufrido modificaciones importantes en cuanto a la manera en la que el pueblo participa en las decisiones políticas, que no es otra que la de depositar una papeleta cada cuatro años para elegir a sus representantes, sin volver a intervenir en política hasta una vez transcurrido otro periodo similar.
Esto, que en la época de la Revolución Industrial y durante mucho tiempo después pudo tener alguna justificación, empieza a dejar de tenerlo en pleno apogeo de la Revolución Tecnológica y en la Era de las Comunicaciones, donde, como si se tratase de una cuestión biológica e incluso evolutiva, el ser humano tiende a tener la necesidad de interactuar, no sólo con su entorno, sino también sobre muchos ámbitos que lo transcienden, siendo la política a todos los niveles uno de ellos.
Sin embargo, no es ésta la razón de que la democracia representativa sea cada vez menos incapaz de representar. Esto podría ser a lo sumo una invitación a reinventarse, a adaptarse. Lo que realmente ha condenado a muerte a la democracia representativa ha sido la sumisión de la política a eso que llamamos “los mercados”, es decir, al capitalismo, cuyas leyes han acabado por prevalecer por encima de cualquier otra, incluso de las Constituciones de los países occidentales supuestamente más progresistas.
Las acciones cotizan en Bolsa cada día, y sus números influyen de manera contínua sobre los gobienos, al igual que lo hace el FMI, el Banco Mundial y otras entidades financieras internacionales.
Sin embargo, la participación del pueblo en la política sigue estando limitada a cuatro, cinco o seis años, dependiendo del país.
Por tanto, si atendemos estrictamente al significado de ambos conceptos, “democracia” y “representativa”, siendo la “democracia” una forma de organización en la que el poder reside en la totalidad de sus miembros, y “representativa” la capacidad de representar que tienen las instituciones y sus cargos públicos, podemos concluir que la propia fórmula democrática ha dejado de tener validez, ya que el poder real recae sobre grupos de poder e individuos que no han sido elegidos para ello, y que por tanto no representan al pueblo.
Veamos el caso de España y algunos puntos descritos por Antonio Romero en 2008 de por qué su fórmula democrática ha degenerado hasta el punto de que haya pocas razones para referirse a ella como “democrática”:
  • Los derechos sociales y económicos, como son el trabajo, la protección social, la planificación de la economía, la educación pública, la sanidad pública, el acceso a una vivienda digna, etc. no sólo no se han cumplido ni se han garantizado, sino que se han deteriorado, recortado y privatizado a través de las políticas que se han aplicado durante varias décadas.
  • La especulación ha hecho saltar por los aires el mandato Constitucional a los poderes públicos de luchar contra ella.
  • Ocho años después de aprobada la Constitución, España entró en la OTAN, se consolidaron las bases norteamericanas en el país y se embarcó a España en la estructura militar de la alianza atlántica, permitiendo el tránsito y almacenamiento nuclear de EEUU en España, incumpliendo así el referéndum de 1986 que se convocó y se aprobó únicamente en éstos términos: “La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada. Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español. Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de EEUU en España”.
  • La voladura del pluralismo político acabó imponiendo el bipartidismo con la ayuda de una Ley Electoral que legaliza la desigualdad absoluta en los votos y transladando ese bipartidismo al resto de poderes.
  • Los medios de comunicación públicos y privados se convirtieron en instrumentos tanto de grupos empresariales como del bipartidismo. No existe la información plural y las opciones políticas ajenas al bipartidismo tienen acceso limitado a los medios.
  • El tratamiento represivo de la inmigración abre las puertas a brotes de racismo y xenofobia y criminalización de los inmigrantes. Además, los contratos de integración propuestos son adhesiones a los valores conservadores.
  • Durante años se ha venido retrocediendo en la aconfesionalidad del Estado, asignándose miles de millones de euros a la Iglesia Católica y entregando a la moral católica los campos de la sanidad y la educación.
En cualquier caso, todo esto sólo viene a demostrar que el régimen “democrático” actual, es decir, la democracia burguesa, es capaz incluso de incumplir sus propias leyes, tratados y Constituciones, cuando de defender o ampliar los privilegios de la clase dominante se trata. Por eso limita la intervención de la población en política a las elecciones cada cuatro años – o cinco, o seis – e impide o incluso boicotea la participación de ésta en las decisiones políticas importantes a lo largo de esos años.
Para asegurar que no haya “sorpresas” en los procesos electorales, el sistema “democrático burgués” ha establecido una serie de mecanismos para obligar incluso a los oprimidos a votar por sus opresores.
En primer lugar, para mantener su dominio, la clase dominante recurre a descomunales recursos financieros a su disposición, infinítamente mayores de los que están al alcance de las clase populares, y por supuesto mucho mayores de los que podría disponer cualquier grupo político o movimiento popular dispuesto a cambiar y transformar el estado de cosas. Este descomunal desequilibrio hace que en las sociedades donde rige éste régimen “democrático” se haya establecido incluso un sistema de castas donde cada ciudadano nace y muere en el mismo estrato social, y además se considera como algo natural por parte de la mayor parte de la población. Oponerse a ello es enfrentarse a la democracia y a la paz social. La lucha de clases sigue existiendo, pero una vez extirpada la conciencia de clase a los trabajadores y a las clases populares, sólo queda la opresión de una clase sobre otra sin que exista por parte de ésta última una resistencia significativa.
En segundo lugar, el gran capital ha capitalizado los medios de comunicación, particularmente la televisión y la prensa escrita, mediante los cuales se efectúa una manipulación sociológica contínua sobre la población, tan efectiva que hace innecesario temporalmente recurrir a otras formas de violencia más directa, lo que permite al régimen “democrático” burgués seguir presumiendo de lo demócrata que es.
Sin embargo, cuando existe un espacio en el que las voces críticas empiezan a ejercer un grado de influencia significativo, no tardan en empezar a desarrollarse leyes para “regular” esos espacios. Es el caso, por ejemplo, de Internet.
En tercer lugar, las “democracias” burguesas disponen de un mecanismo para conservar el “Statu Quo” con el que llevan varios siglos experimentando: el bipartidismo.
Si echamos un vistazo a Europa y a Norteamérica a lo largo de su historia “democrática”, a los ciudadanos sólo les han dejado optar “libremente” por uno de los dos grupos oligarquicos, mientras que el resto de fuerzas son declaradas como carentes de posibilidades, y en algunos casos, fuera de la ley. Latinoamérica ha sido también durante décadas un espacio en el que se ha experimentado con especial crudeza ese bipartidismo grotesco simulando democracias. Sin embargo, el cambio de siglo trajo consigo movimientos y revoluciones populares que lograron de una manera u otra, y en mayor o menor grado, romper el bipartidismo existente e introducir elementos nuevos para transformar el propio régimen representativo burgués en un sistema participativo y en el que las oligarquías eran despojadas de su capacidad de gobernar las instituciones.
En cuarto lugar, las reglas del juego democrático burgués establecen otro mecanismo de defensa para proteger los intereses de las clases dominantes: la división de poderes. Esta división de poderes, que a priori se nos presenta como baluarte de la democracia, y que permite que el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial se controlen unos a otros, se ha convertido en un mecanismo más del bipartidismo para evitar cambios estructurales en caso de “sorpresas desagradables”. Imaginemos, por ejemplo, que se alzase con el poder político un partido o un movimiento dispuesto a transformar las estructuras y el paradigma económico o productivo. Entonces quedaría el poder judicial que estaría llamado a defender el sistema social existente a través de las leyes promulgadas por éste.
Y si fallasen todos estos mecanismos de defensa, las clases dominantes y el gran capital no dudarían en quitarse la máscara y dar paso a la dictadura política directa. La Historia nos enseña que las simulaciones democráticas de la clases dominantes acaban cuando surge una amenaza real para su dominio.
En definitiva, podemos decir que el régimen “democratico” actual, el régimen representativo burgués, no es más que un mecanismo implantado en los paises capitalistas para que nada cambie y para que nada amenace el poder y los privilegios de las clases dominantes. Es más, si el sistema fuese realmente democrático, las clases dominantes no deberían existir como tal, puesto que la democracia implicaría que el poder recayera en los representantes elegidos por el pueblo, pero no es así.
Hemos de tener en cuenta que las formas de la democracia han ido evolucionando en el transcurso de los milenios a medida que una clase dominante iba siendo sustituida por otra. En la antigua Grecia, en las ciudades del medievo, en los paises capitalistas actuales, la democracia adopta diversas formas. Por tanto, un presumible paso de poder de manos de una minoría explotadora a manos de una mayoría oprimida, no puede hacerse en el viejo marco de la democracia representativa burguesa, sino que deben crearse nuevas formulas y órganos participativos y representativos para la participación efectiva y permanente en los asuntos públicos por parte de los ciudadanos, y especialmente de las clases populares y los trabajadores.
Como señalabamos anteriormente, éste modelo de democracia está llegando definitivamente a su fin por dos razones fundamentales y concluyentes. Por un lado se ha visto superada por el propio desarrollo del capitalismo y de los denominados “mercados”, que han asaltado definitivamente todas y cada una de las instituciones representativas de los ciudadanos. Sirva como ejemplo la introducción de manera totalmente antidemocrática del límite de déficit en las Constituciones de los países. No solo eso, sino que los mercados ya están colocando a su peones en cargos de responsabilidad política en las instituciones europeas, en los estados y en los ayuntamientos. El límite de déficit se convierte además en una máxima que deben cumplir todas y cada una de las instituciones del Estado, haciendo por ejemplo que sea prioritario el pago de una deuda con una entidad bancaria por encima de garantizar la salud, los medicamentos, la educación o cualquier otro servicio básico para la población.
La otra razón por la que el actual modelo de democracia deja de tener sentido viene dada por el cambio de paradigma cultural, social y comunicacional resultante de la llamada Revolución Tecnológica y la Era de las Comunicaciones. Ambas han traido consigo un cambio evolutivo en cuanto a la forma en que se realizan e interactúan los seres humanos, ahora de una manera más inmediata, más comunitaria y a la vez más globalizada.
La reacción ante acontecimientos sociales, sucesos y decisiones políticas es cada vez más inmediata, y aunque aún la capacidad para dirigir la opinión de las masas es enorme por parte de los grupos dominantes – que controlan periódicos, agencias de prensa, televisiones, etc -, la masa crítica que es capaz de desenvolverse a través de internet y las redes sociales va “in crescendo”, lo que dificulta la acción de los regímenes que suelen optar por la limitación de la libertad en éste medio, escudándose en una supuesta de defensa de los derechos de autor.
En cualquier caso, el inevitable final de la democracia representativa burguesa no implica necesariamente una Revolución ni una evolución positiva del modelo hacia uno en el que los ciudadanos, y especialmente los trabajadores y las clases populares, tengan más capacidad de decidir acerca de sus propios asuntos.
La parte positiva es que hoy día las sociedades poseen un nivel de formación y alfabetización mucho mayor que el que podían tener otras sociedades en el pasado. Gracias a la era de la comunicación existe un número sin precedente de personas que pueden acceder voluntariamente a las fuentes de información que consideran más apropiadas.
Gran parte de los ciudadanos tienen más capacidad para conocer la realidad, analizarla y difundirla.
Sin ir más lejos, la crisis sistémica que comenzó en 2007 la habían advertido años antes multitud de colectivos sociales y políticos en los diversos Foros Sociales desde Porto Allegre en 2001, y los análisis que de ellos se derivaron durante los años siguientes fluyeron por todo el mundo a través de internet para todo aquel que quiso tener acceso a una información y unos datos que no contaban en los medios de comunicación de masas.
Este mayor nivel de formación e información podría, por tanto, abrir paso a que aparezcan nuevos mecanismos de participación con capacidad para – además de organizar resistencias – elaborar propuestas, manejar presupuestos, organizar referéndums, juzgar a los representantes políticos, etc. Una muestra de esto, de la capacidad de convocar, crear espacios de debate y participación y autoorganizarse, pudo verse en las numerosas acampadas que siguieron a las masivas manifestaciones de Mayo de 2011 en España. No llegaron a ser una solución, sino un síntoma, pero ya dieron algunas pinceladas de la capacidad y la formación de buena parte de la sociedad.
Pero también hay una parte negativa y una posibilidad de involución aún más acentuada que la que se ha venido produciendo desde la última década del siglo XX.
La casta política que sustenta el modelo representativo burgués no puede permitir su final ya que eso supondría que podría verse arrastrada con éste. No va a permitir una transformación del modelo tan profunda que acabe con el bipartidismo y con el paternalismo, que empodere a los ciudadanos, que haga sirvientes a los representantes políticos y no mandatarios, que refuerce la autoestima de los ciudadanos y que ponga fin a la avaricia y el ego de los gobernantes; que despoje de su poder político a los mercados y lo ponga en manos de los trabajadores.
Y dado que el modelo no es sostenible, la única opción aceptable por las clases dominantes y la casta política a su servicio sólo puede ser la del debilitamiento del Estado y sus instituciones hasta convertirlo en un mero órgano gestor y represor al servicio de los “mercados”. Es decir, una dictadura cada vez menos sutil y más agresiva con las voces críticas, que además reducirá las condiciones laborales y los derechos de los trabajadores a un estado de semi-esclavitud.
Porque además esa es la única manera de seguir sosteniendo un sistema económico basado en la sobreexplotación para la sobreproducción y el consumo masivo y desigual.
Estaríamos equivocados si pensásemos que el modelo económico, es decir, el capitalismo, va a llegar a su fin por sí mismo. El único límite que tiene el capitalismo es el de las resistencias que se encuentra a su paso y el de la cantidad de recursos naturales del planeta, que al ser limitados llevan al propio sistema a ejercer múltiples formas de explotación y esclavismo, y a expandirse a través de guerras en todo el mundo imponiendo su modelo “democrático”.
Por tanto, partiendo del hecho constatado históricamente de que el capitalismo es capaz de adaptarse a las circunstancias históricas, económicas y sociales, no podemos esperar su autodestrucción, sino que habrá que organizar su destrucción por parte de sus propias víctimas.
El capitalismo sólo se sostiene si su modelo “democrático” representativo burgués sigue en pie, por lo que acabar con éste modelo y poner en marcha un sistema democrático en el que el pueblo – y no las oligarquías – tenga el poder en sus manos, y especialmente los trabajadores y las clases populares, pondría en marcha el mecanismo de demolición del mismo capitalismo. Este mecanismo no es otro que el Poder Popular.

Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.